Visiones Imperiales. Sapiens de Animales a Dioses. Y.N. Harari
Los antiguos romanos estaban acostumbrados a ser derrotados. Al igual que los mandatarios de la mayor parte de los grandes imperios de la historia, podían perder batalla tras batalla pero aun así ganar la guerra. Un imperio que no puede aguantar un golpe y seguir de pie no es realmente un imperio. Pero incluso a los romanos les resultó difícil asimilar las noticias que llegaban del norte de Iberia, a mediados del siglo II a.C. Una pequeña e insignificante ciudad de montaña llamada Numancia, habitada por los celtas nativos de la península, se había atrevido a librarse del yugo romano. En aquel tiempo, Roma era la dueña indiscutible de la cuenca mediterránea, después de haber vencido a los imperios macedonio y seléucida, sometido a las orgullosas ciudades-estado de Grecia y convertido Cartago en una ruina humeante. Los numantinos no tenían a su favor más que un gran amor por la libertad y su inhóspito terreno. Pero obligaron a una legión tras otra a rendirse o a retirarse con deshonor.
Finalmente, en 134 a.C. la paciencia de Roma llegó a su fin. El Senado decidió enviar a Escipión Emiliano, el principal general romano, el hombre que había arrasado Cartago, para que se encargara de los numantinos. Se le facilitó un ejército enorme, de más de 30.000 soldados. Escipión, que respetaba el espíritu de lucha y la habilidad marcial de los numantinos, prefirió no debilitar a sus soldados en combates innecesarios. En lugar de ello, rodeó Numancia con una línea de fortificaciones, bloqueando el contacto del pueblo con el mundo exterior. El hambre hizo su trabajo por él.
Transcurrido más de un año, los recursos alimentarios se acabaron. Cuando los numantinos se dieron cuenta de que se había perdido toda esperanza, incendiaron su pueblo; según los relatos romanos, la mayoría se suicidaron para no convertirse en esclavos de Roma.
Posteriormente, Numancia se convirtió en un símbolo de la independencia y valentía de los españoles. Miguel de Cervantes, el autor de Don Quijote, escribió una tragedia titulada El cerco de Numancia que termina con la destrucción de la ciudad, pero también con una visión de la futura grandeza de España. Los poetas compusieron himnos a sus valientes defensores y los pintores llevaron a los lienzos majestuosas pinturas del asedio.
En 1882, las ruinas de Numancia fueron declaradas «monumento nacional» y se convirtieron en lugar de peregrinaje para los patriotas españoles. En las décadas de 1950 y 1960, las tiras cómicas más populares en España no eran las de Superman o Spiderman: relataban las aventuras de El Jabato, un
antiguo e imaginario héroe ibérico que luchaba contra los opresores romanos.
Hasta el día de hoy, los antiguos numantinos son para España un dechado de heroísmo y patriotismo y se presentan como modelos para la juventud del país.
Sin embargo, los patriotas españoles ensalzan a los numantinos en español, una lengua romance que desciende del latín de Escipión. Los numantinos hablaban en una lengua celta que hoy en día está muerta y se ha perdido.
Cervantes escribió El cerco de Numancia, y el drama sigue los modelos artísticos grecorromanos. Numancia no tenía teatros. Los patriotas españoles que admiran el heroísmo numantino suelen ser asimismo fieles seguidores de la Iglesia católica romana (fíjese el lector en la última palabra), una Iglesia cuyo dirigente tiene todavía la sede en Roma y cuyo Dios prefiere que se le dirijan en latín. De forma similar, la ley española moderna deriva de la ley romana; la política española se basa en fundamentos romanos, y la cocina y la arquitectura españolas tienen una deuda mucho mayor con los legados romanos que con los celtas de Iberia. Realmente, no queda nada de Numancia salvo ruinas. Incluso su historia ha llegado hasta nosotros gracias únicamente a los escritos de historiadores romanos. Se adaptó a los gustos de los auditorios romanos, que gustaban de relatos acerca de bárbaros que amaban la libertad. La victoria de Roma sobre Numancia fue tan completa que los vencedores se apropiaron del recuerdo de los vencidos.